Formado en el Atlético Ruzafa, por cuyo barrio llegó a ser concejal, Enrique Salvador Beltrán llegó al Valencia en la temporada 1926-1927 en plena ebullición futbolística en el club de Mestalla. En su posición de centrocampista por la derecha, formó junto a Enrique Molina (por el centro) y Cirilo Amorós (por la izquierda), una media gloriosa que llegó a sonar para ir en bloque a la selección. Ya por entonces los puestos internacionales estaban mayoritariamente copados por Madrid y Barcelona, por lo que nunca se llegó a dar la circunstancia.

Se trataba de un jugador con garra y de cabello indomable que, sin llegar a ser violento, acosaba a los rivales hasta llevarles a la desesperación. No reparaba en excesos y, de hecho, fue el jugador del Valencia más expulsado de la época (una época en la que aún no existían tarjetas rojas). En un partido en Sevilla, durante una invasión de campo, llegó incluso a recibir un martillazo de un espectador. Con el paso del tiempo se sosegó y ganó en tranquilidad. Su juego lo notó, y se convirtió en un mediocentro con estilo en el pase y con visión de juego, capaz de realizar pases de varias decenas de metro medidos y al pie.

A nivel personal, era un jugador muy independiente y de carácter fuerte. Tuvo varios conflictos con la directiva del club, algunos de ellos bastante sonados y que llegaron a pleito federativo, como una petición de inhabilitación por bajo rendimiento, pero Enrique ganó la pugna en medio de un gran alboroto que no dejó indiferentes a los medios de comunicación. Como suele suceder en Mestalla, la grada acogía con gusto a los jugadores de carácter, y acabo por convertirse en uno de los favoritos de la afición, por lo que se recibió su baja con mucho desagrado. En 1935 marchó al Hércules, donde permaneció finalizada la posguerra hasta su retirada en 1941.